Estoy sola y me siento al borde de la cama de una suite. Dudo, pero tal y como me indicó el botones del hotel hace 5 minutos, digo en voz alta: “Ok Google, pon J Balvin”. Un parlante ubicado sobre el escritorio reproduce una lista en Spotify del reguetonero.
Sigo la lista de comandos predeterminados, consignados en una hoja. “Good night”, digo y todas las luces se apagan. “Good morning” y se encienden. “Ok Google, programar alarma” y el sistema me contesta: “a qué hora”. Esta noche, en una habitación de 50 metros cuadrados, soy consciente de que vivimos en la era del Internet de las cosas (IOT), en una fantasía de inteligencia artificial en la que luces y electrodomésticos funcionan con mi voz.
Hay además un detalle no menos importante: estoy en un hotel del barrio Chicó (Bogotá) que funciona con energía sostenible. Y me explico: la electricidad para estos parlantes, para encender el televisor o las lámparas de lectura, proviene de los paneles solares que están a lo largo de las fachadas del edificio y de la cubierta.
El Richmond Suites es el primer hotel con un sistema energético autosostenible en Colombia, que genera hasta 125 por ciento del consumo de energía eléctrica. Si se preguntan qué hace con el excedente, la respuesta es: lo vende a quien lo necesita, Codensa.
Vaya, la ironía.
Una transformación
La fachada estaba cayéndose y pedía a gritos un cambio. Y no solo un cambio físico. Aunque el Richmond existe hace 24 años y siempre ha estado posicionado entre viajeros de negocios, con el tiempo la competencia se recrudeció, al punto en el que fue necesaria una apuesta diferencial.
“Ahora, en nuestra misma cuadra hay seis hoteles. Nos encontramos frente a la necesidad de que al hotel se le hiciera una remodelación para ponerlo al corte con el resto de hoteles”, explica Francia Ballesteros, gerente general.
Así fue: el Richmond Suites invirtió un estimado de 2.000 millones de pesos en un sistema fotovoltaico de paneles solares y equipos de alto rendimiento. Las 24 habitaciones funcionan con domótica, un sistema que se integra con Google y que le da al huésped –como yo– la posibilidad de ‘hablar’ con las cosas mediante comandos. Con estas transformaciones, el hotel dejará de emitir 34.000 kg de CO2 al año, cifra que equivale a plantar 1.785 árboles durante 10 años.
Me hospedo en el tercer piso y pido el ascensor. No hay un elemento que se destaque: tiene puertas plateadas y números de luz azul. Lo que no sé en el momento es que interactúa perfectamente con el sistema y es una de las razones principales del ahorro energético. Francia me explicará más tarde que “en un edificio, el ascensor es lo que más consume energía. Nosotros supimos que para ser sostenibles teníamos que cambiarlo”. Invirtieron en un ascensor que subiendo consume energía y bajando la devuelve al sistema, es “amable con los paneles”.
La música que escucho en la habitación se reproduce gracias a la energía solar y funciona así: “los paneles convierten la radiación solar en electricidad mediante un proceso fotovoltaico”, explica Jorge García, gerente de Globalem (una de las empresas inversionistas) y autor del proyecto.
Es decir, las celdas negras –que pueden también verse azules, según la luz– distribuidas a lo largo de la fachada del hotel y en el techo convierten los rayos ultravioletas en energía directa o DC (corriente eléctrica continua), y la almacenan en un inversor.
“El inversor coge la energía directa y la convierte en energía alterna para que funcione en todo el edificio”, dice. En días lluviosos, con menor radiación solar, se produce menos, pero en días soleados hay excedentes. Es un juego de compensación.
En un solo día, la energía que produce el edificio varía entre el 120 y 150 por ciento del consumo; las fachadas generan lo necesario para su funcionamiento y la cubierta genera los excedentes que se dan el lujo de vender a Codensa. “La empresa nos compensa a un buen precio hasta cierto punto y después, a precio bolsa. Esto compensa la cuenta de energía eléctrica”, explica García.
La propuesta también está en lo que no se ve. En los muebles y los escritorios (y los que están en las oficinas de Garper del sexto piso del edificio) se usaron materiales sostenibles de emisión E0, sin formaldehido ni ciertos químicos. “No emiten químicos durante su vida útil”, agrega García.
El agua, sin embargo, es un reto. Sobre todo, cuando tienen tinas como las de la suite en la que me hospedo, que tarda en llenarse una media hora. “Recogemos el agua, pero no sabemos qué hacer con ella. Si quisiéramos recircularla a los sanitarios tendríamos que cambiar todos los ductos del edificio. Este es un costo fuera de lo contemplado”, dice García. Por ahora, el agua que recogen por las bajantes se usa para limpieza y el riego de plantas.
La oportunidad
La propuesta del Richmond es una alternativa de energía limpia para disminuir las emisiones de CO2. Más ahora, teniendo en cuenta que la sostenibilidad no es una moda, una tendencia ni momento: es una necesidad.
Aunque se conoce como “la industria sin chimeneas”, el turismo es responsable de casi una décima parte de las emisiones de carbono del mundo, según los resultados de un estudio –el único que, a la fecha, se dio a la tarea de hacer esta investigación– publicado en Nature en el 2018. Según el análisis de los autores, realizado en 160 países, la huella de carbono global del turismo aumentó de 3,9 a 4,5 gigatoneladas de CO2 equivalente (GtCO2e), entre el 2009 y el 2013, cuatro veces más de lo estimado.
En este panorama, un hotel cero emisiones de carbono es deseable, pero también es una propuesta alineada con las tendencias de la industria de viajes. Skift –compañía que provee investigación, noticias y servicios de mercadeo para la industria del turismo en el mundo– presentó un informe de tendencias mundiales para el 2019, que asegura que una conciencia cada vez más extendida sobre temas de sostenibilidad ha hecho que el viajero se responsabilice más en las elecciones de sus destinos y que consuma servicios sostenibles.
“A nuestros huéspedes y clientes corporativos, les generaremos un certificado de cuidado y responsabilidad con el medio ambiente por hospedarse y usar nuestras instalaciones”, dice Francia. Un gancho más para viajeros con estas preocupaciones
Y, si ninguno de estos argumentos fuera suficiente para ser sostenible, está el económico. “La sostenibilidad no es solo un tema de imagen. También tiene beneficios económicos –dice García–. Acá no tengo una fachada estática, sino que genera un ingreso”.
Aunque apenas empezó a funcionar plenamente en mayo de este año, el hotel ya recibió un premio a la eficiencia entregado por Andesco, junto con el Ministerio de Minas y Energía, la Unidad de Planeación Minero Energética (UPME) y la Financiera de Desarrollo Territorial (Findeter), que busca reconocer los proyectos y prácticas más destacadas en la materia.
Tres casos en el mundo
Star Island, en Las Bahamas, tiene un sistema completamente sostenible. Obtiene su energía renovable gracias a los paneles solares que aprovechan la luz solar del Caribe y alimentan el hotel incluso durante la noche.
Kudadoo Maldives Privare Island, ubicado en las islas Maldivas del océano índico, la sostenibilidad es bandera. Tiene células solares que impulsan el complejo en su totalidad y el material de construcción sostenible. Sus actividades y los alimentos que ofrecen son respetuosos con el medio ambiente.
El Bucuti & Tara Beach Resort, ubicado en la bahía de Eagle Beach de Aruba, tiene 618 paneles solares fotovoltaicos que, combinados con fuentes locales de energía eólica y solar, producen el 40 por ciento de sus necesidades energéticas. Además, tienen un sistema de administración de energía en las habitaciones, cabezales de ducha e inodoros de bajo flujo, y el uso de un sistema de lavado a base de ozono.
FUENTE: EL TIEMPO